Noches largas en las que Morfeo no
abre sus brazos y la mente extiende sus alas, y el corazón exaspera su latir ya
que cada pensamiento reflejado en sentimiento recuerda que esa contraparte no está,
y tal vez no volverá.
Cuando pasan largos años la soledad
hace de las suyas, se levantan barreras infranqueables por temor a repetir
errores del pasado, tal vez por mecanismos de defensa y permanecer en una zona
de confort que a veces mata muy suavemente.
Pueda que la persona correcta haya
surgido en un momento inadecuado, o viceversa, una persona incorrecta en el
momento que la guardia estaba baja, que pone a temblar todos los cimientos que
soportan es muro de hielo que se forjo hace lustros en la jaula que retiene el ímpetu
del corazón. La sed de amar y sentirse amado tratando de sobreponerse forja espejismos
en los áridos paisajes donde la tersa niebla tiende a confundir a todo aquel
quien en ella se sumerge, alimentando la sinople esperanza de encontrar tan
ansiada fuente de amor.
La fatua actitud de una gélida personalidad
oculta un alma noble, indefensa, la cual a lo largo de diversos ciclos se ha
moldeado para resistir cada uno de los oscuros pensamientos que pudieran nublar
o dañar lo que de manera hermosa se ha construido sobre las bases de un
sentimiento que pudiera ser el principio de algo mayor, o simplemente una
careta que oculta tras de si nobles verdades que por temor a negaciones propias
o externas, prefiere el remanente silencio y permanecer como un espectador con
la distante mirada cuando aflora una árida lagrima, producto de la presión y el
egoísmo autómata de mostrar la mejor de las sonrisas cuando por dentro el
derrumbe es inminente.
Cada árida lagrima que en las
oscuras noches emergen recordando que ahora que no estás, un pedazo del alma y
el corazón extingue esa llama, evocando que como flecha lanzada al viento, jamás
regresa al arco de donde fue disparada.